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No hace mucho tiempo, bueno, sí, hará unos 5 años, estaba yo plácidamente en mi casa esperando a que diesen las 12 de la noche para ir a buscar a mi hermana al aeropuerto. Había llegado a casa un rato antes y había tenido mucha suerte porque encontré un sitio para aparcar perfecto en la misma puerta. Me las prometía muy felices por entonces.
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Por aquel entonces la antigüedad de mi carné de conducir se podía contar por meses, por lo que no era yo precisamente un Fernando Alonso al volante, y mi pericia dejaba mucho que desear.
Arranco mi maltrecho automóvil, empiezo a girar el volante (era de esos de dirección insistida en lugar de asistida), maniobro y... nada, así no cabe el coche, no puedo salir. Respiro, empiezo de nuevo y pienso, lo estoy haciendo mal, ajústalo al máximo y saldrás de este encajonamiento al que te han sometido. Otra vez, resoplando por el esfuerzo físico (qué volante aquel...) y tampoco.
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La horchata de mis venas empieza a mudarse en sangre, además caliente. Rompo a sudar, y mi cabezonería me lleva a intentarlo una tercera, cuarta y quinta vez. A punto de ponerme en mallas y calentines a lo Eva Nasarre de los sudores e hiperventilaciones, me tomo un minuto y me digo (típico en mí): ¡venga chavala, ánimo, que tú puedes! ¿Cómo no vas a poder? Piensa, pieeeennnsaaaaaaa....
Sexta, séptima... mi nerviosismo iba in crescendo. Me empezaba a temblar el pulso. La desesperación me invadía irremediablemente.
Entonces veo aparecer un tipo de mediana edad, el típico vecino de medio pelo que venía hacia el portal de casa, y por ende, hacia mi coche. Y le abordo de noche y en plena calle. Como diría unjuez, con nocturnidad y alevosía.
Le pido por favor que me ayude a sacar el maldito coche de su estúpido sitio porque un imbécil me había dejado encajonada. En el mismo instante que abro la boca para explicárselo todo, lágrimas que nunca fueron llamadas empiezan a aparecer en mis ojos, sin venir a cuento y TOTALMENTE en contra de mi voluntad. ¡Socorro!
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En ese mismo momento y mientras el bueno de mi vecino se metía en el coche disimulando que no me había visto llorar, aproveché para llamar por el móvil a alguien (no recuerdo a quién, pero desde luego de muuuuucha confianza) y desahogarme para liberar tensiones, y así tenía un poco más de margen para dejar de soltar esas lágrimas estúpidas de rabia.
¿Por qué lloraba? Un tío nunca lloraría en esa situación tan tonta. Sólo las mujeres lloramos tontamente, ¡¡no lo puedo soportar!!
Mientras yo tengo ese conflicto interno, os podéis imaginar que el vecino cogió el coche y en unos 35 segundos lo tenía ya perfectamente desencajonado y listo para ir al aeropuerto.
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Yo me había emperrado en sacarlo de una determinada manera (que obviamente no era factible) y él lo había sacado de otra que a mí no se me hubiese ocurrido ni en mil años mirando fijamente el coche.
¿Cómo creéis que le sentó esa humillación a mi ya decadente y maltrecho estado anímico? Yo, tratando de disimular las lágrimas que seguían recorriendo mi cara sin permiso, y tiene que venir un hombre a salvarme... Era el estoque final.
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Apresuradamente le dí las gracias como pude, me metí en el coche y ya me fui relajando. El terremoto emocinal había pasado.
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Es la única vez que he perdido los papeles en ese sentido, pero no me olvidaré nunca de la rabia que sentí por llorar, por ser mujer, por sentirme inútil, y por tener que dejarme ayudar por el bueno del vecino que no tenía culpa ninguna, pero era un hombre, y eso me enfurecía aún más...
¿Es por ser cabezota como yo sola, o somos todas así? Ya os digo que en ese momento lo hubiera dado todo por ser hombre... ¿sólo me pasa a mí? y lo que es más importante ¿vosotros, hombres, hay momentos en que lo darías todo por ser mujeres? Salvo en contadas excepciones del tipo veros en el espejo desnudas y profundidades del estilo, apuesto a que no...