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martes, 12 de mayo de 2009

Cómo ser mujer y no morir (de rabia) en el intento

¿Nunca habéis pensado que Dios se ha equivocado al otorgaros el sexo que ostentáis? No en plan, quiero operarme. Más bien en plan, me doy vergüenza ajena, yo y todas las de mi calaña (oséase, las hembras).


No hace mucho tiempo, bueno, sí, hará unos 5 años, estaba yo plácidamente en mi casa esperando a que diesen las 12 de la noche para ir a buscar a mi hermana al aeropuerto. Había llegado a casa un rato antes y había tenido mucha suerte porque encontré un sitio para aparcar perfecto en la misma puerta. Me las prometía muy felices por entonces.

Después de tragarme cualquier basura televisiva, cogí llaves y bolso y muy dispuesta me iba a por mi hermana. Al llegar al coche veo que otro coche ha aparcado de manera muy extraña, de forma que parecía que bloqueaba mi coche. Yo que tengo horchata en las venas ni me inmuto, me meto dentro del coche y me digo, qué raro ha aparcado ese coche, pero mi coche saldrá, porque no me van a dejar aquí encajonada.
Por aquel entonces la antigüedad de mi carné de conducir se podía contar por meses, por lo que no era yo precisamente un Fernando Alonso al volante, y mi pericia dejaba mucho que desear.
Arranco mi maltrecho automóvil, empiezo a girar el volante (era de esos de dirección insistida en lugar de asistida), maniobro y... nada, así no cabe el coche, no puedo salir. Respiro, empiezo de nuevo y pienso, lo estoy haciendo mal, ajústalo al máximo y saldrás de este encajonamiento al que te han sometido. Otra vez, resoplando por el esfuerzo físico (qué volante aquel...) y tampoco.


La horchata de mis venas empieza a mudarse en sangre, además caliente. Rompo a sudar, y mi cabezonería me lleva a intentarlo una tercera, cuarta y quinta vez. A punto de ponerme en mallas y calentines a lo Eva Nasarre de los sudores e hiperventilaciones, me tomo un minuto y me digo (típico en mí): ¡venga chavala, ánimo, que tú puedes! ¿Cómo no vas a poder? Piensa, pieeeennnsaaaaaaa....

Sexta, séptima... mi nerviosismo iba in crescendo. Me empezaba a temblar el pulso. La desesperación me invadía irremediablemente.

Entonces veo aparecer un tipo de mediana edad, el típico vecino de medio pelo que venía hacia el portal de casa, y por ende, hacia mi coche. Y le abordo de noche y en plena calle. Como diría unjuez, con nocturnidad y alevosía.
Le pido por favor que me ayude a sacar el maldito coche de su estúpido sitio porque un imbécil me había dejado encajonada. En el mismo instante que abro la boca para explicárselo todo, lágrimas que nunca fueron llamadas empiezan a aparecer en mis ojos, sin venir a cuento y TOTALMENTE en contra de mi voluntad. ¡Socorro!


En ese mismo momento y mientras el bueno de mi vecino se metía en el coche disimulando que no me había visto llorar, aproveché para llamar por el móvil a alguien (no recuerdo a quién, pero desde luego de muuuuucha confianza) y desahogarme para liberar tensiones, y así tenía un poco más de margen para dejar de soltar esas lágrimas estúpidas de rabia.

¿Por qué lloraba? Un tío nunca lloraría en esa situación tan tonta. Sólo las mujeres lloramos tontamente, ¡¡no lo puedo soportar!!

Mientras yo tengo ese conflicto interno, os podéis imaginar que el vecino cogió el coche y en unos 35 segundos lo tenía ya perfectamente desencajonado y listo para ir al aeropuerto.

Yo me había emperrado en sacarlo de una determinada manera (que obviamente no era factible) y él lo había sacado de otra que a mí no se me hubiese ocurrido ni en mil años mirando fijamente el coche.


¿Cómo creéis que le sentó esa humillación a mi ya decadente y maltrecho estado anímico? Yo, tratando de disimular las lágrimas que seguían recorriendo mi cara sin permiso, y tiene que venir un hombre a salvarme... Era el estoque final.


Apresuradamente le dí las gracias como pude, me metí en el coche y ya me fui relajando. El terremoto emocinal había pasado.


Es la única vez que he perdido los papeles en ese sentido, pero no me olvidaré nunca de la rabia que sentí por llorar, por ser mujer, por sentirme inútil, y por tener que dejarme ayudar por el bueno del vecino que no tenía culpa ninguna, pero era un hombre, y eso me enfurecía aún más...

¿Es por ser cabezota como yo sola, o somos todas así? Ya os digo que en ese momento lo hubiera dado todo por ser hombre... ¿sólo me pasa a mí? y lo que es más importante ¿vosotros, hombres, hay momentos en que lo darías todo por ser mujeres? Salvo en contadas excepciones del tipo veros en el espejo desnudas y profundidades del estilo, apuesto a que no...



Hasta pronto mis pequeñ@s drugos...


viernes, 9 de enero de 2009

Las rebajas no dan la felicidad

Este año se anuncian como las mejores, sin embargo, apenas he pecado. Cometí el terrible error de ir de compras el día 7 por la mañana. Iba buscando una prenda muy concreta.

Entro en Zara y parece la franja de Gaza. Respiro profundo, repaso mentalmente mi objetivo, y me lanzo a por él.



Por el camino me encuentro no-objetivos que se convierten en tales en el acto. Un bolso del tipo fondo-de-armario, y un botín. Pero sólo uno. El izquierdo.

Lo sostengo entre mis manos, y me armo de valor para ver la suela: ¡horror! Es de mi talla. Ahora ya sí que me lo TENGO que comprar. Soy la típica pringada que interpreto las señales que me mandan (Amancio&Co).

Ahora sí que sí, basta que no encuentre el botín para que se convierta en la necesidad más grande que nunca he tenido. Miro a mi alrededor el estado del campo de batalla y me desanimo un poco. Lo vuelvo a mirar, con el otro bolso colgado ya de mi brazo, y recobro unas fuerzas inauditas.

Me digo: "aún no he encontrado mi objetivo nº1; poseo el nº2 y el nº2 y medio. Aprovecho la búsqueda del nº1 para encontrar la pareja Cenicientil del nº2 y medio".

Me remango y me pongo manos a la obra. Pasada la media hora tirada por el suelo buscando desesperadamente por todos los zapatos de la tienda, me empieza a flaquear la esperanza.

Le pregunto a una aturdida dependienta por el nº1 y me contesta que no ha llegado ni a rebajas (eso me pasa por rata, 100% merecido), y por mi huérfano par me desea toda la suerte del mundo, pero no puede hacer nada por mí.

Voy a probadores y les limpio las borlas de polvo con el jersey de los arrastrones por el suelo. Me miran con cara de pena.

Pregunto en Caja. Se aguantan la risa mientras se dan codazos.

Ficho a todas las compradoras que puedo a ver si hay otra con cara de idiota con el otro botín en la mano.

Peino la zona previamente subdividida en sectores mentales.

Desisto con ojos humedecidos.

Poco a poco voy abriendo la mano mientras me despido psicológicamente de mi prenda fetiche...

Me rindo. Bandera blanca.


A todo esto mientras he cogido una camisola y una camiseta, y a medida que me acerco a la Caja, observo que la cola que se ha formado llega hasta el infinito y más allá.

Me creo listísima y me voy a la Caja de niños. Infumable.

La de hombres, peor aún.




Aguantándome las ganas de llorar me doy cuenta de que voy a tener que dejarlo todo. El enemigo avanza, y las resistencias son ya débiles. La batalla está a punto de terminar. Escojo bien el lugar donde depositar mis tesoros, y tras una pequeña ceremonia me despido de cada una de las prendas.





Sin mirar atrás salgo de Zara con las manos vacías. Mi super-hombre no da crédito, se queda sin palabras, y corre a abrazarme. Es consciente de la experiencia traumática que acabo de vivir. Algo me reconforta, sin embargo, la reconstrucción psicológica será un camino laaaaargo y tortuoso.





Todavía me despierto en medio de la noche entre sudores acordándome del botin solitario.

Y para la que lo esté disfrutando, que le hable de mí un rato al día....

Feliz 2009 mis pequeñ@s drugos...